Los siguientes dos días Blanca no salió de la cama, no comió, no se duchó… Avisó en el trabajo de que estaba enferma y no volvió a coger el teléfono, ni para llamar a Rober y pedirle explicaciones, ni si quiera para comprobar si él había llamado. Durante cuarenta y ocho horas solo dormitó y lloró. Al tercer día sintió hambre y tuvo que levantarse. Al coger el teléfono para llamar a un restaurante de comida a domicilio vio que tenía trece llamadas perdidas de su amiga Sofía y otras tantas de su madre. Encargó unas pizzas y después llamó a las dos, pidiéndoles que fueran a su casa. Una vez allí les contó lo que había pasado. Durante los primeros meses Blanca iba de casa al trabajo y del trabajo a casa y el resto del tiempo lo pasaba en el piso sin hacer nada, como alma en pena. Su madre se mudó con ella unas semanas. Su presencia le impedía pasarse las horas en la cama, más por vergüenza que por tener ganas reales de levantarse. Sofía intentaba constantemente hacerla salir, cosa que conseguía menos veces de las que quisiera. Gracias a ellas poco a poco fue recuperándose del abandono de Rober.
Casi un año después Blanca por fin estaba animada y tenía ganas de fiesta, quería pasarlo bien y volver a ser la mujer alegre que hacía demasiado tiempo que no era. No había sabido nada de su ex novio desde que se marchó de casa y ya apenas le echaba de menos. Aquella noche era la primera que salía con Sofía y el resto de la cuadrilla después de muchos meses de tristeza y estaba dispuesta a comerse el mundo. Para ello había elegido un atuendo que la hacía sentir increíblemente sexy. Llevaba unos shorts ajustados, una camiseta sin mangas con un escote que realzaba sus pechos y unos taconazos de infarto. Además, se había maquillado y peinado a conciencia. El resultado fue una mujer arrebatadora que hizo que más de uno se girara al cruzarse con ella. Blanca se encontraba muy a gusto con las chicas. A pesar del tiempo que hacía que no salían juntas sentía que todo seguía igual, como si no hubiera pasado ni un solo día. A lo largo de la noche entraron en diferentes bares y tomaron varias consumiciones mientras bailaban animadamente en la pista. A medida que aumentaba el nivel de alcohol en su cuerpo, Blanca se iba notando cada vez más aturdida, pero no le importaba porque estaba feliz, pletórica.
Su siguiente recuerdo fue por la mañana, en casa, cuando las voces de sus vecinos al otro lado de la pared la despertaron. Nada más incorporarse en la cama una desagradable arcada le subió desde el estómago hasta la garganta. Se volvió a tumbar de inmediato. Todo le daba vueltas y tenía un terrible dolor de cabeza. Enseguida lamentó haber bebido tanto la noche anterior. Intentó recordar cómo había terminado la fiesta pero fue incapaz de acordarse de nada, no sabía cómo ni cuándo había vuelto a casa, ni si se marchó antes que sus amigas o lo hicieron todas al mismo tiempo. «A lo mejor nos dio la hora del desayuno y fuimos al bar de Jose», pensó. Es lo que habían hecho siempre cuando el amanecer las pillaba aún de fiesta. Viendo que su molesta cefalea no parecía querer marcharse, Blanca se levantó a por un analgésico y volvió rápidamente a la cama. Hacía mucho que no se sentía tan indispuesta, pero no recordaba haber bebido tanto como estar así. «¿Qué hicimos anoche?», se repetía una y otra vez. Así, entre pregunta y pregunta, le venció el sueño.
Durmió durante horas. Cuando abrió los ojos y miró el reloj de su mesilla eran las 17:35 horas. Estaba muy cansada pero al menos la cabeza ya no le dolía. Se levantó y cogió el móvil para llamar a Sofía. Tenía dos llamadas y cinco mensajes suyos, en los que le preguntaba dónde había estado y si había llegado bien a casa. La llamó al instante y su amiga contestó alterada.
–Tía, ¿dónde te metiste anoche?
–Si estuve con vosotras…
–¡De eso nada! Al principio sí, pero después desapareciste.
–¿Qué dices? ¿A dónde fui?
–¡Y yo qué sé! Estabas hablando con el tío ese y de repente ya no te vimos más. Dimos por hecho que te habías ido con él.
–¿Tío? ¿Qué tío?
Blanca no daba crédito a lo que oía. No se acordaba de haber estado hablando con ningún hombre y mucho menos de haberse marchado con él, y sin avisar a nadie. Su amiga tampoco le podía dar datos sobre él, únicamente le explicó que se habían juntado con un grupo de chicos y que Blanca y uno de ellos estuvieron bastante rato a solas. La conversación con Sofía no le sirvió para despejar sus dudas pero al menos averiguó que siguió la noche en otro sitio y con un hombre del que no sabía absolutamente nada, ni siquiera su nombre. Estaba realmente intrigada pero no podía hacer nada al respecto, así que se resignó y pasó lo que quedaba de domingo tirada en el sofá viendo la televisión. A eso de las 21 horas le sonó un mensaje en el móvil. Lo abrió.
Hola Blanca, me encantó el rato que pasamos juntos ayer. Y me encantaría repetirlo, cuando tú quieras. Besos. Eric.
–¡Oh Dios mío, es él! –gritó.
Por un lado se sentía aliviada, pues al fin sabía con quien había estado. Aunque solo supiera su nombre –Eric–, al menos era alguien real. Por otra parte, le daba mucho apuro no acordarse de él. No sabía qué hacer, si contestar a su mensaje, llamarle, o ignorarle y olvidarse del tema para siempre. No se acordaba de nada así que le resultaría muy fácil elegir la última opción, pero había algo que la impulsaba a no hacerlo. La incertidumbre por saber quién y cómo era Eric le podía más que nada. Sin poder evitarlo comenzó a fantasear, pensó en el color de su pelo y de sus ojos y se lo imaginó guapo, alto y atlético. Un cosquilleo empezaba a hacerse notar en su estómago –esta vez no tenía nada que ver con la resaca– y al instante decidió que quería contestar al mensaje. En un principio pensó en fingir que se acordaba de todo pero eso la llevaría a un callejón sin salida así que finalmente optó por decirle la verdad.
Hola. Quiero ser sincera y confesarte que no recuerdo nada de lo que pasó anoche. Me siento muy avergonzada por ello y te pido disculpas. Aun así, podemos vernos otra vez, si quieres. Un abrazo, Blanca.
Eric contestó rápidamente a su mensaje citándola para el día siguiente por la tarde, después de trabajar. El lugar que le propuso fue una cafetería no muy lejos de la casa de Blanca. Ella aceptó.
El lunes lo pasó muy nerviosa. Se moría de ganas de conocer a Eric y las agujas del reloj avanzaban demasiado despacio. No dejaba de imaginarse cómo sería e intuía que le iba a gustar. Solo su nombre ya le parecía atractivo y «si pasé la noche del sábado con él, por algo será», pensó. En cuanto dieron las seis, Blanca salió de trabajar y sin perder tiempo fue corriendo a casa para arreglarse. Habían quedado a las siete y media, por lo que debía estar lista en poco más de una hora. Aunque él sí se acordaba de la noche del sábado y sabía cómo era, para ella era como una cita a ciegas, así que se esmeró al máximo para verse guapa y causarle una buena impresión.
Llegó cinco minutos antes de la hora, ya que tendría que ser Eric quien la reconociera, prefería esperarle y que fuera él quien se acercara. Después de reparar en un par de hombres que finalmente pasaron de largo junto a su mesa, se fijó en uno que nada más entrar por la puerta no la quitó ojo de encima hasta llegar donde ella. Se paró delante de la mesa y la sonrió de la manera más atractiva que Blanca había visto nunca. Los menos de treinta segundos que pasaron desde que Eric abrió la puerta del local, la localizó y fue hasta donde le esperaba, a ella se le hicieron eternos. De repente dejó de oír lo que sucedía a su alrededor, no existían los ruidos de tazas y platos, ni las voces de los clientes. Solo escuchaba sus latidos, los percibía desde dentro de su propio cuerpo, tan intensos que sentía que el corazón se le saldría del pecho en cualquier momento. Se quedó ensimismada, paralizada, mirándole fijamente como una tonta, con el tono de sus pulsaciones taladrándola la cabeza. Notó como un incipiente sudor frío amenazaba con arruinar el efecto refrescante de la ducha que se había dado hacía menos de una hora. Afortunadamente la voz de Eric la sacó de su embelesamiento.
–Hola, soy Eric.
–Hola, yo soy Blanca.
–Lo sé –rió él.
Mientras se sentaba ella le miró fijamente de nuevo. Fueron solo unos segundos pero le dio tiempo a examinarle de arriba a abajo. Se fijó en todo. Era guapo, muy guapo, más de lo que se había imaginado. También era alto, a pesar de que estaba sentada calculó que le sacaba al menos una cabeza. Estaba fuerte y tenía el cuerpo definido, se notaba que hacía ejercicio. De pronto se preguntó si se acostaron el sábado. Se sintió excitada ante esa posibilidad, a la vez que notó como se elevaba el tono de sus mejillas, dejándola en evidencia. Eric sonrió. Blanca supo al momento que era como si hubiera expresado sus pensamientos en voz alta, él sabía lo que estaba pensando. No le importó. Estaba roja como un tomate y notaba cómo había aumentado la temperatura de su cuerpo, pero la atracción la hacía no poder apartar la mirada del hombre que tenía delante. Se decidió a hablarle.
–¿Nos acostamos el sábado?
–Vaya, vas directa al grano.
Ella no dijo nada, se llevó la mano a la barbilla y entrecerró los ojos, anhelando que él siguiera hablando.
–No pasó nada.
Blanca se mantuvo en la misma posición, inmóvil, mirándole a los ojos sin apenas pestañear.
–¿Satisfecha o decepcionada?
Lejos de incomodarla, a Blanca le atraía mucho el aire misterioso de Eric. Siguió indagando.
–Si nos marchamos juntos… ¿qué hicimos?
–Fuimos a mi casa y poco después de llegar dijiste que no te encontrabas muy bien, así que pediste un taxi y te marchaste. Insistí en llevarte, pero no me dejaste.
De pronto Blanca recordó lo que había pasado. El alcohol le había jugado una mala pasada y había estropeado una noche que se preveía perfecta. Suerte que Eric tenía su teléfono y había decidido contactar con ella. Y ahí estaban de nuevo. Le parecía el hombre perfecto, tan guapo, tan alto, tan atlético… Notaba que la miraba con deseo, sentía la provocación en sus ojos, igual que ella se excitaba a cada minuto que pasaba. Eric se mordió el labio inferior durante unos segundos que a Blanca le parecieron siglos. Se preguntó si lo habría hecho para provocarla y eso la excitó aún más. La situación comenzaba a hacérsele insoportable y ya solo pensaba en marcharse de aquella cafetería y terminar lo que empezaron la otra noche.
–¿Quieres que vayamos a mi casa? –le propuso Eric, como si le hubiera leído el pensamiento.
–Me encantaría, si no estás enfadado por dejarte plantado el otro día –dijo Blanca poniendo cara de buena chica.
–Claro que no.
Recogieron las cosas y se marcharon. Fueron en el coche de él. Cuando llegaron Eric aparcó en el garaje y guió a Blanca hasta el ascensor que les conduciría al piso. Una vez dentro, pulsó el número ocho y empezaron a subir. Ella le miró y sonrió tímidamente. Él hizo lo mismo y, sin apartar sus ojos de los de ella, le rodeó la cintura con los brazos y la acercó, apretándola contra su pecho. Sus bocas quedaron a apenas unos centímetros de distancia. Blanca sintió la respiración de ambos acompasada, a punto de fundirse en una sola. Sonó el timbre que anunciaba que habían llegado, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Eric se separó de ella y se dio la vuelta para salir. Se estaba riendo. Eso hizo que Blanca se encendiera aún más. Le siguió hasta la puerta del piso y obedeció cuando, tras abrirla, él le indicó que pasara al interior. Eric se dirigió directamente a la cocina, cogió una botella de vino de la nevera y sirvió dos copas. Blanca se mantenía inmóvil junto a la puerta, observándole. No quería ni moverse porque las piernas le temblaban y temía caerse. Se sentía tan excitada que sospechaba que él podría notarlo solo con mirarla. En realidad le gustaba que fuera así, le encantaba esa sensación de expresar su deseo sin necesidad de hablar. Cada gesto suyo, cada mirada, cada sonrisa, hacía que le deseara más. No podía apartar la mirada de su boca, quería besarle y cada vez se le hacía más difícil resistirse.
Eric se acercó para ofrecerle el vino. Premeditadamente rozó su mano al darle la copa, lo que hizo que Blanca sintiera un escalofrío de placer. Después de que ambos dieran un sorbo, él se acercó de nuevo y le quitó la copa de la mano, dejando las dos sobre la encimera. Volvió donde ella, la cogió por la cintura, fuerte, con ambas manos. Esta vez fue él quien acercó su cuerpo, lo justo para rozarla. Ella pudo sentirle excitado, lo que incrementó su deseo. Nuevamente sus labios estaban a pocos centímetros. La respiración de Blanca comenzó a acelerarse. Eric apretó un poco más su cuerpo y, acercando su boca, pellizcó los labios de ella con sus dientes. Blanca sucumbió a la provocación y se lanzó contra su boca. Se besaron con ansia, como si hubieran estado esperándolo toda la vida, como si llevaran aguardándose el uno al otro desde siempre. Ya no podrían respirar si sus bocas no estaban la una con la otra.
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