–Mira qué fea y gorda es ésta, y tiene más de mil seguidores
en Instagram –le dice Rubén a su amigo Javier, mientras le enseña la foto de una
chica en el móvil.
Una pareja que está al lado se mira atónita al escuchar el
comentario. Los chicos se dan cuenta. A Rubén no le importa, le gusta que le
miren, pero a Javier, que como la chavala también tiene unos kilos de más, en
realidad no le hace ninguna gracia y se vergüenza. Aun así le sigue la
corriente y se ríe con él. Mejor eso que estar solo, piensa. Es tan tímido que
toda su vida ha estado solo y, ahora que ha encontrado un amigo, no quiere
perderlo, a pesar de tener que hacer cosas que no le gustan. Rubén, en cambio, es
muy extrovertido y siempre está haciendo y diciendo tonterías para que la gente
se ría. Aunque en verdad le da igual resultar gracioso, lo hace por ser el
protagonista y llamar la atención de todo el mundo.
Es sábado por la noche y los dos amigos han quedado para
salir de fiesta. Javier no se ha preocupado mucho de arreglarse, no más de lo
que lo hace cualquier otro día de la semana. Se ha puesto unos vaqueros, una camiseta
y playeras. Rubén sí se ha preparado a conciencia. Lleva unos pantalones
blancos impolutos, un polo rosa perfectamente planchado y una americana con la
que pretende aparentar cuatro o cinco años más de los que tiene. Luce un tupé
que ha tardado en hacerse más de media hora. Aprendió a peinarse así viendo
vídeos en YouTube. Está muy orgulloso del resultado, sabe que a las niñas les
gusta y eso le hace andar sacando pecho. Le encanta pavonearse como Rafa Mora. Él
es su ídolo, a él quiere parecerse y, a pesar de que solo tiene quince años, ya
se esfuerza por conseguirlo. No juega al fútbol ni a la PlayStation, como hacen
el resto de chicos de su edad. Lo único que le interesa es cuidar su físico y prefiere
pasar el rato buscando vídeos en internet sobre cómo ponerse cachas. Se
encierra en su cuarto durante horas y hace pesas, busca más vídeos y vuelve a
hacer pesas. Entre tanto se mira en el espejo, se saca fotos y las sube a Instagram.
Cada “favorito” que recibe le hace sentirse mejor. Quiere ser famoso, que todo
el mundo admire su cuerpo y ganar mucho dinero por lucirse.
Javier no tiene nada que ver con
Rubén. Tampoco le gustan ni el fútbol ni ningún otro deporte porque es muy
vago, pero sí juega a la PlayStation. A ello dedica gran parte de su tiempo
libre, cuando no está tumbado en la cama o en el sofá, viendo la televisión.
Suspende casi todo porque no estudia, no le gusta. Aún no le interesan las
chicas ni se esmera demasiado en tener una buena imagen, pero cuando está con su
amigo finge ser como él para contentarle y que éste le acepte.
El viaje en metro dura algo más
de media hora. Mientras llegan, Rubén mira el móvil constantemente, buscando en
las redes sociales fotos de chicas guapas a las que poder seguir. Por supuesto,
también sigue a su ídolo.
–Me encanta el nuevo peinado de
Rafa Mora. Mira qué de tías buenas había en el bolo que hizo ayer. ¡Qué suerte!
–dice suspirando.
Javier mira las fotos y se ríe.
–Quién fuera él –comenta.
–Dentro de poco yo voy a ser así –dice
Rubén–. Mira el pecho que se me está poniendo.
De repente se acuerda de que en
unos días será su cumpleaños y cambia de tema. Le cuenta a su amigo que va a
pedir a sus padres un reloj carísimo. La marca no le importa, pero tendrá que
ser dorado y tener cristales de Swarovski, para que se note lo caro que es. Sus
padres tienen dinero y nunca le han negado nada, así que no le pondrán pegas.
Él lo sabe y por eso siempre consigue lo que desea, no tiene más que pedirlo. Le
encanta presumir de todo lo que tiene, siempre que puede aprovecha para hacer
gala de lo pudiente que es su familia.
La pareja que viaja junto a los
chicos no da crédito a la conversación que están escuchando.
–¿Cómo pueden ser tan idiotas?
–le susurra ella. Él la mira incrédulo, mientras le hace un gesto con el dedo para
que se calle.
Cuando los chicos se bajan, no
pueden evitar hablar de ellos.
–Qué triste es que unos críos tengan
tan pocos valores, solo fijándose en el físico y en el dinero. Y que se
pavoneen de ello me parece aún peor.
–Pues sí. Pero sabían que les
estábamos oyendo, por eso han hablado así.
–¿En casa serán así también? ¿Se
darán cuenta sus padres de cómo son?
–Me imagino que no. Además, es
probable que si ellos son así sea porque sus padres les han hecho ser así.
–Tienes razón. Pensarán que
dándoles todo les hacen más felices, pero lo único que consiguen es crear niños
repelentes y superficiales.
–Qué triste ser así.
Esa noche Rubén y Javier beben
hasta emborracharse, ligan con todas la que pueden y bailan durante horas. A
Rubén, como se ha puesto muy guapo, las niñas le miran y le ponen ojitos y a
Javier, como va con él, también. Eso les basta para creerse unos triunfadores.
Entre copa y copa comentan los defectos de las chicas y se mofan de diestro y
siniestro.
–Vaya chaqueta lleva ese
pringado.
–¡Mira la fea esa!
–Y ese, ¿cómo puede salir de casa
con esa cara llena de granos?
Esto es lo que Rubén y Javier están
acostumbrados a hacer, así lo han aprendido desde niños. El poder que da el dinero les hace mirar a la gente por encima del hombro, creyéndose más que
todos, más de lo que en realidad son. Así van a ser toda su vida, porque nunca
se rebajarán a estar con personas a quienes consideran inferiores, solo se
relacionarán con gente pudiente y frívola como ellos, con abundancia de dinero
pero escasez de valores. Una vida insustancial es lo que tienen y es lo tendrán
siempre. Así son felices. O eso es lo que creen.
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