martes, 14 de abril de 2015

Relato: El libro caprichoso



En cuanto el último cliente se hubo marchado Sara cuadró la caja, recogió sus cosas, bajó la persiana de la tienda y echó la llave. Se había acabado un día más, otro de tantos en el que menos gente de la que le hubiera gustado se había acercado a su pequeña librería. La había heredado de sus padres cuando éstos se jubilaron, hacía una década. A sus cuarenta y un años, era una lectora empedernida, siempre pegada a un libro. Había estado más tiempo entre las cuatro paredes del negocio familiar que en su propia casa. De niña, al salir del colegio, corría sin perder un segundo y se pasaba horas entre los cientos de libros que sus progenitores cuidaban como si de hijos se tratara. Pero de eso hace ya mucho tiempo, demasiado. La librería, que siempre había estado atestada de clientes, ya nada tenía que ver con la que fue años atrás.

Sara estaba cansada y lo único que quería era llegar a casa, darse una ducha y meterse en la cama a dejarse vencer por el sueño. No vivía demasiado lejos así que se fue andando, como casi todos los días. Era ya de noche, cerca de las nueve, por lo que las calles estaban bastante oscuras, únicamente iluminadas por la tenue luz de unas pocas farolas. Caminaba distraída, pensando en un pedido de libros que debía llegarle al día siguiente, cuando algo la hizo tropezar y, sin poder evitarlo a pesar de unos cuantos malabarismos, cayó de bruces al suelo. Después de que una mujer la ayudara a levantarse y a recoger sus cosas, que se habían desparramado por la acera, buscó con curiosidad lo que había provocado su caída.

Quizá por un capricho del destino el objeto con el que se había topado era un libro. Lo recogió del suelo y lo observó embelesada. Era muy hermoso, tenía el lomo de piel azul y el título grabado en letras de color dorado. No lo conocía, nunca antes lo había visto. Lo guardó en el bolso y retomó el camino a casa. Una vez allí su cansancio parecía haberse esfumado y únicamente sentía ansia por descubrir los entresijos de aquel misterioso libro. Lo abrió y, tras pasar las primeras páginas en blanco, comenzó a leerlo. Apenas llevaba un par de líneas cuando sintió una fuerte sacudida. Acto seguido, escuchó el zumbido de su despertador taladrándole los oídos.

El reloj marcaba las 7:30, la misma hora a la que Sara se despertaba cada mañana. Apagó la alarma y miró a su alrededor, aturdida. Vio el libro a su lado, abierto, exactamente como recordaba haberlo tenido en las manos hacía solo un momento. Tenía una sensación extraña, parecía que se había quedado dormida antes siquiera de comenzar a leerlo, pero no lo recordaba así. Se levantó y se dio una ducha, necesitaba despejarse. Después entró en la cocina y encendió la televisión para ver las noticias mientras desayunaba. La lluvia había provocado una colisión múltiple en la autopista. 
Qué raro, ayer también hubo un accidente en el mismo sitio –pensó. 
Estaba distraída, no podía quitarse el libro de la cabeza.

El día en la librería fue bastante extraño, entraron los mismos clientes que en la jornada anterior y compraron los mismos libros. 
¿Por qué harán eso? –se preguntó Sara
No tenía sentido, pero no se atrevió a preguntárselo a ninguno. Pasó el día muy contrariada y, sin saber por qué, sin dejar de pensar en el libro. Fue directa a por él en cuanto entró por la puerta de casa al terminar el día. Allí estaba, en la mesilla de noche, hermoso, reluciente, expectante, casi podía imaginárselo con unos bracitos abiertos invitándola a cogerle. No se hizo de rogar y se sentó en la cama dispuesta a devorarlo. Cuando aún no había terminado ni la primera página, notó otra convulsión, igual que la de la noche anterior, y nuevamente el estridente sonido del despertador. Esta vez estaba segura de que no había estado durmiendo.

Ese día transcurrió exactamente igual que los dos anteriores. El mismo accidente en la autopista, los mismos clientes de la librería… todo se repitió tal cual. Y por la noche, otra vez, cuando trató de leer el libro, Sara sufrió la sacudida que la llevaba al momento en que sonaba su despertador. Las 7:30 de la mañana otra vez, de la misma mañana en la que llevaba despertándose cuatro días seguidos. Empezó a pensar que todo estaba en su imaginación, no era posible que se estuviera repitiendo el mismo día una vez tras otra.

Era el libro, estaba segura. El simple hecho de pensarlo le daba miedo, temía estar volviéndose loca, pero sentía que aquel no era un libro cualquiera. Desde el principio había ejercido en ella un singular influjo. Aquella mañana decidió quedarse en casa, no podía seguir viviendo el mismo día una y otra vez sin hacer nada por saber qué estaba pasando. Lo primero que hizo fue mirar en Internet y, como era de esperar, no encontró absolutamente nada. ¿Qué iba a haber acerca de un libro que provocaba viajes en el tiempo? Era una locura. Después de varias horas localizó una librería que se dedicaba a la compraventa de libros curiosos, especiales, únicos. Sin duda el que Sara había encontrado gozaba de todas esas peculiaridades. Lo metió en el bolso y fue a buscar la tienda, que no quedaba lejos de su casa.

El hombre abrió los ojos como platos cuando Sara le mostró el libro. Ni siquiera le hizo falta verlo de cerca, era evidente que no era la primera vez que lo tenía delante.  

–¿De dónde ha sacado usted ese libro? –preguntó el librero.

–Tropecé con él en la calle –respondió Sara.

–Venga conmigo, por favor, hablaremos en un lugar más tranquilo –dijo él.

Sara siguió al hombre a la parte de atrás de la tienda, donde éste le contó lo que sabía sobre el enigmático libro.

–Se trata de un ejemplar muy especial, únicamente existen cuatro en todo el mundo. Es tan singular que no lo puede leer cualquiera, es el propio libro el que escoge a sus lectores.

Sara se quedó atónita, no daba crédito a lo que aquel hombre decía. ¿Cómo iba un libro a decidir quién puede leerlo? Dejó a un lado su excepticismo y le contó al librero lo que había sucedido las veces que había intentado leerlo. Éste no pareció sorprenderse al escuchar tan insólita historia.

–No se asuste –le dijo él, percibiendo la incredulidad en sus ojos–. El libro se las ingenia a su manera para evitar ser leído. A veces puede ser bastante jocoso y señora, por lo que veo, me temo que está jugando con usted.
Ella no dijo nada, cogió el libro y se marchó. A pesar de lo perpleja que se sentía por lo que acababa de descubrir, seguía teniendo muchas ganas de leerlo. Una vez en casa lo abrió por la primera página y respiró hondo antes de empezar. Justo después estaba apagando el despertador, ya eran las 7:30.

2 comentarios:

  1. Muy logrado, desde el momento en el que abridte el misterio, el libro con el que tropieza, ya deseaba saber más sobre él. Después has sabido mantener la intriga y lo has rematado con maestría. Enhorabuena.

    ResponderEliminar